Personerío: El asesinato del cisne


Por: José de la Colina


Hace años copié a mano una terrible y hermosa página que pensé que era un poema en prosa al estilo de Los cantos de Maldoror y la guardé, pero sin nombre de autor. Un día llegué a creer que el texto era mío pues los insomnios me habrían hecho poeta momentáneo. He aquí la página:

“En el otoño, cuando millares de aves huyen del norte hacia cielos soleados, que tu barca se abandone a la corriente del Mississippi. Cuando veas dos árboles más altos que los demás, y uno frente al otro en opuestos márgenes, detén el esquife y mira hacia arriba. Verás un águila, que, posada en una rama cimera, escudriña toda la extensión de las aguas escuchando los más leves ruidos del paisaje. En el árbol aún más alto de la orilla opuesta se halla de centinela el águila hembra, que de vez en vez lanza un agudo grito para pedir paciencia al macho, y éste, inclinando el pico y batiendo las alas, responde con un graznido que es como la siniestra risa de un loco. Patos silvestres, pollas acuáticas y avutardas huyen en apretados batallones arrastrados por el río. Por fin las águilas acechantes oyen el aleteo de un ave que viene volando alta sobre las aguas y emitiendo un canto como el soplo de una ronca trompeta. Es el canto del cisne. Con un grito de dos notas, la hembra del águila avisa al compañero, que se estremece y se prepara al ataque picoteándose el plumaje. Ya va a lanzarse en vuelo.

“El cisne, blanco como la nieve, se acerca adelantando el largo cuello y con ojos inquietos. El precipitado aleteo apenas basta a sostenerle el cuerpo, y sus patas no son visibles por ir replegadas contra el vientre. Se oye un grito de guerra y el águila arranca, veloz como el relámpago. El cisne ve a su verdugo, baja el cuello, intenta escapar zambulléndose en el río, pero el águila, atacando con el pico desde abajo de la víctima, le dispara picotazos al vientre y a las alas, obligándola a permanecer en vuelo. Esta táctica de agresión rara vez le falla al ave de presa. El cisne se debilita, se cansa, pierde la esperanza de salvarse. Su verdugo, temiendo que se hunda en el río, le da un hondo arañazo bajo un ala y lo precipita en caída oblicua hacia una orilla.

“No se puede contemplar sin espanto el triunfo del águila: aletea y aúlla de alegría, baila sobre la moribunda presa, le hunde las garras en el pecho, bebe del corazón abierto, levanta hacia el cielo la calva cabeza y los ojos inflamados de sangre y orgullo. La hembra se junta al macho y los dos agujerean el pecho de la víctima y se sacian de sangre caliente”.

Descubrí quién era el autor cuando me llegó a las manos el libro The Birds of North America, del estadunidense John James Audubon (1785-1851), que fue a la vez un científico naturalista, un pintor de la escuela del neoclásico Jean-Jacques David. Audubon logra una coreografía de palabras y de figuras en el paisaje natural como en un teatro de tensión; la pareja de águilas acecha, persigue, hiere, mata al cisne, y luego, en el cruento festín, baila su danza triunfal en torno a ese ángel de las aves del que diría Mallarmé que ni su blancura defendía.


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